jueves, 24 de julio de 2014

ENTRE LAGOS Y PALLOZAS

 Tras posponer un par de veces una ruta por Somiedo mirando las previsiones meteorológicas, este domingo unos Repechinos y un par de amigos, decidimos ir a investigar el tiempo “sobre el terreno”.
La verdad es que también habíamos mirado un poco las previsiones de Maldonado, y aunque no se esperaba un sol de “caer los páxaros”, tampoco se esperaba el Diluvio Universal.
Así que sin pensarlo mucho, hacia Somiedo que nos dirigimos, Yeloqhay, Janjun, Linux, Chema, Sergio, un compañero de rutas nocturnas de Jogar y yo.


El madrugón fue importante para algunos (entre los que me encontraba), pero para otros, como Sergio, no lo fueron tanto, porque tras cerrar la Plaza de Toros tras el Oktoberfest, tubo que “muy a su pesar”, ir a controlar los productos líquidos que vendían en la barraca de las fiestas del Caldones y vino a la ruta, casi sin “catar” la cama.


El cielo no estaba despejado, y en el camino hasta Somiedo, tuvimos nubes y claros.
Una vez en Pola, montamos nuestras bicis y nos equipamos, eso sí, sin olvidarnos los chubasqueros y la chaqueta, porque la mañana somedana era bastante fría y las nubes nos acechaban desde las alturas.

Un pequeño paseo por la “ruta del colesterol” de Somiedo, nos fue enseñando preciosas vistas de este valle. Enseguida, tocó una zona de mucho desnivel y mucha piedra suelta, y hubo que empujar las bicis, y aquí, pudimos ver que los Pelayos  (Chema), también saben hacer andariegos como los Repechinos. Jejejjeje

Un entretenido subeybaja por el antiguo camino que comunicaba Veigas con Pola, nos llevó a mojarnos los pies por la humedad de la hierba, y a evitarnos unos 4 km de asfalto.
Pasando por Veigas pudimos ver las pallozas del Ecomuseo, las cuales visitaremos en otra escapada.
“Cuatro pedaladas” por el asfalto, nos llevaron hasta el pueblo de Arbellales, desde donde pudimos ver su preciosa vista panorámica. Sin dejar de subir, y ya en Villarin, entramos en “nuestro elemento favorito”, el barro y las caleyas.




Un paseo por un estrecho camino nos llevaría hasta Saliencia.

Mientras cruzábamos el pueblo, Linux no paraba de decir :
   No sé que pasa al Gps, hace un cacho que pedaleo y me marca un muro delante, o una pared o no sé qué.
A lo que Chema contestaba:
- Pues a mí me pasa lo mismo. Seguro que falla la cartografía.

Pero nada más lejos de la realidad, ante nosotros y nada más cruzar la carretera general, se alzaba uno de los “falsos llanos” de nuestra ruta.
El hormigón nos recibió y nada más pisarlo, todos a buscar el plato pequeño y a San 36 o mayor si lo hubiéramos tenido.
Aquí cada uno a su ritmo hacia la cumbre. Los metros no pasaban, los riñones se quejaban, las ruedas delanteras querían despegar del suelo, y la fuerza en los pedales era constante. Era mejor ir mirando al suelo y a tu rueda delantera, porque la visión de lo que nos quedaba por subir, desmoralizaba a cualquiera.

Subida desde Saliencia


Aquí Sergio fue eliminando parte de los Gintonics de Caldones y el líquido que bajaba por las cunetas, lejos de ser lluvia, eran restos de Bifiter y de Larios de nuestro compañero.
La subida se suavizó un poco al llegar a un pequeño collado, pero lejos de terminar, lo que nos hizo fue levantar la vista y ver aún lo que nos quedaba para llegar a la ansiada ruta del Camino Real de La Mesa.

Una zona entre pallozas nos llevó a otra bastante embarrada que nos levaría a la cumbre. Aquí algún que otro andariegu por falta de tracción, y otros, como Yeloquehay, porque sus ruedas pegaban en el cuadro debido a los pegotazos de barro que llevaban. Más que una “26 tubelizada”, parecía que llevaba una “29 embarrizada”.



Ya en el Camín Real, la ruta se suavizo un poco, pero siempre tiraba hacia arriba. Una pena la niebla que había, que no nos dejó ver el precioso paisaje de los valles y montañas que desde allí se divisan.
Lo que sí pudimos ver, fue un poco de la subida que habíamos hecho, y la verdad es que parecía que habíamos subido al Himalaya por lo menos.
El hambre empezó a visitar nuestros estómagos, y como debido a la altura a la que estábamos no había ni árboles ni ninguna vegetación que nos resguardara, decidimos seguir hasta la Braña de La Mesa, donde nos podríamos resguardar del frío viento en alguno de sus Corros ( pequeñas construcciones redondas todas de piedra), o en sus pallozas (casas típicas de las brañas de Somiedo, con tejado de materia vegetal).



Dada la época en la que estamos, todos los montes somedanos están llenos de vacas y caballos que se alimentan de los ricos pastos de estas cumbres.
Cuando ya teníamos las primeras construcciones de la Braña a la vista, un grupo de vacas nos cortaba el paso.
A medida que llegábamos, vimos que un toro de buen tamaño nos miraba como retándonos. Nadie se atrevía a pasar, y ni el toro ni las vacas se movían, menos mal que Sergio, no sabemos si influido por los restos de alcohol o por el hambre que tenía, se fue acercando y como buen corredor de San Fermines, asustó al torete, cosa que todos agradecimos, aunque un poco de miedo si que pasamos. jejejeje

En la fuente-bebedero, recargamos agua y lavamos un poco las bicis, pero el aire era cada vez más frío y no invitaba a sacar brillo a nuestras monturas.


Una vez en este idílico paraje, ¿Qué menos que comer en uno de sus típicos “restaurantes”?, mirando unos y otros, decidimos, más por tamaño que por comodidades, comer dentro de una palloza. El estilo arquitectónico, yo creo que era gótico-rural o agro-corintio, no lo tengo claro. El espacio interior, con luz “indirecta”, que entraba por las ranuras de la puerta, y la distribución tipo loft, osea, de un gran espacio central sin paredes y columnas, eso sí, con los comederos de las vacas en perfecto estado.






Total, que entre que teníamos hambre de lobos, que hacía un frío de narices y tal, aquello nos pareció el “chiringuito” del Bulli. Lo malo fue que el “aire acondicionado” falló y tras la comida quedamos fríos, cosa que aprovechamos para salir y calentar de la manera que mejor sabemos, y que no es otra que dando pedales.


El camino, seguía siempre tirando hacia arriba, el orbayu había desaparecido y tras otra media hora cruzando las largas praderas, llegamos al límite con la provincia de León. Ahora solo nos quedaba un largo descenso hasta  Torrestío.   

Nada más empezar a bajar, el aire se volvió caliente y el cielo se despejó. Lo que pensamos que iba a ser una bajada donde nos congelaríamos, resultó súper entretenida y agradable.
Animados por nuestra buena suerte con el tiempo, decidimos parar a tomar unos cafés en el pueblo.
Lo que nos extrañó mucho, fue ver a los lugareños con paraguas pese al sol reinante. Pasados cinco minutos y tras echar una mirada a los montes del alto de la Farrapona, vimos la explicación. Unas nubes cada vez más negras, cubrían la cima y se acercaban a la velocidad del rayo hacia donde nosotros estábamos.

Pedaleamos unos cinco minutos y ya en las primeras rampas de la Farrapona, hubo que poner los chubasqueros.
La subida se hizo larga, cada vez llovía más, y aunque el viento no nos castigaba, el agua empezaba a minar nuestros ánimos.

A media subida, ya era un río de agua lo que bajaba por la pista, y nosotros parecía que estábamos remando a contra corriente sin parar y río arriba.
En el reagrupamiento en el alto, decidimos abortar la ruta. La lluvia estaba arreciando y el aire fuerte y frío nos calaba los huesos, y viendo que no podríamos disfrutar de las preciosas vistas de los Lagos de Saliencia que nos esperaban, sabiamente decidimos bajar por el asfalto hasta La Pola.


Unos excursionistas que venían de hacer la ruta de los lagos, nos dijeron que ahora no se veía ni a un palmo, y que era una locura seguir la ruta que teníamos pensada. Habían tenido solo dos horas de sol en toda la mañana y ahora el viento era fuerte y la lluvia constante, y sin vista de ningún claro en el horizonte.
Con cuidado, debido a la cantidad de agua del asfalto, empezamos el descenso, y tras dos km, el sol apareció de repente y en un km más, el asfalto estaba seco.
Viendo el cambio, echamos una mirada atrás haber si el sol había vencido a las nubes, pero nuestro gozo en un pozo, las montañas que nos quedaba por subir, seguían cubiertas por nubes, si cabe, más negras que cuando nosotros estábamos allí.
Ya, poco que contar, asfalto hasta la central eléctrica de La Malva, y luego ya un par de km hasta Pola de Somiedo, donde nos esperaba una buena ducha.

La lluvia de la bajada había lavado nuestras bicis, y el sol las había secado, así que una vez en los coches, a la piscina y a por las cervezas de rigor.
Mientras unos nos contábamos las anécdotas del día en el bar, Janjun y Sergio lo pasaron como niños en el jacuzzi y en la piscina climatizada hasta que empezaron a quedar más arrugados que una uva pasa y decidieron reunirse con nosotros.





Después, un paseo por el pueblo, visitando todas las “iglesias” para rehidratarnos con zumo de cebada y al salir de la última, ¡¡Oh sorpresa!! Estaba lloviendo a cántaros. Tuvimos que echar una carrera para llegar a los coches sin pillar otra mojadura, Linux tuvo que ir con cuidado porque traía las chanclas de “seco” y era peligroso arriesgar el pellejo estando en el pueblo.



Bueno amigos, hasta aquí nuestra nueva aventurilla, quedamos con las ganas de completar la ruta que traíamos en mente, de ver los lagos y bajar por las bonitas y largas caleyas hasta Pola, pero eso será para la próxima. Esperemos que el sol sea nuestro acompañante en la segunda parte de….Entre Lagos y Pallozas.

Un saludo a todos y hasta pronto.                      
WILLY




3 comentarios:

  1. Espero tener la agenda un poco más descargada para la próxima intentona. También espero que contrates mejor con Maldonado Willy....

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  2. Ya no se que hacer pa asegurar el tiempo. ¿Funcionará lo de ofrecer huevos a santa clara como en las bodas? Jejejeje

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  3. Preciosa ruta. Una pena no haber podido por trabajo. Se que la hubiese disfrutado en buena compañía

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