martes, 4 de octubre de 2016

REBELION EN LA RIBOIRA

Crepitaban los leños en la gran chimenea del nuevo castillo del Duque de Carterpillar.
La noche era fría y tras los gruesos muros una neblina rodeaba la verde campiña gallega.
El Conde daba vueltas como un ratón en una caja.

A la luz de las velas, su esposa, Yolanda de Castilla, Grande de España y Duquesa de Leroi tejía en su bastidor de madera el nuevo escudo de armas de la familia, una botella de Riboira Sacra atravesada por un eje pedalier con pedales automáticos.

Atrás habían quedado los momentos duros y de estrecheces. Ya no tendrían que volver a comer en la Tasca de Pardo ni en la posada de aquella mujer que había emigrado de Zamora y que había puesto su gentilicio al mesón.
Ya se acabaron comer aquellos erizos de mar que se vendían a paladas y que hasta se comían sin cocinar.
Desde que Fray Yeloquehay les había concedido el Ducado de Monforte, se habían acabado las estrecheces para nuestros protagonistas.
Los percebes no faltaban en su mesa. Las mejores cosechas de vino llenaban su bodega, la langosta y los bugres eran habituales en los menús diarios y como no, podía ser de otra manera los mejores manjares del resto del territorio adornaban su mesa.


Todo, gracias a un invento que a la postre sería revolucionario. El Duque preparó un “artilugio motorizado” que acoplado a una de las imprentas de Fray Yeloquehay, conseguía que éste último, pudiera copiar uno de sus libros incunables en breves minutos. Así Fray Yeloquehay podía extender el culto religioso al pueblo, mucho más rápido de lo que lo hacían sus escribientes copiando los libros manualmente.
En breve en cada casa habría un libro religioso, contribuyendo así a aumentar el amor por la religión (y las arcas de Su Ilustrísima).
El Duque de Carterpillar estaba nervioso.
El populacho no estaba muy de acuerdo con los impuestos que él creía “necesarios” para mantener su estatus. 
 Habían convocado elecciones para el día siguiente, y de ellas se jugaba el futuro de la noble pareja.
Si el pueblo ganaba, decapitarían a la nobleza, (cosa por la que no estaban muy por la labor el Conde), y si lograban que no se celebrara el sufragio, su “dura vida” seguiría plácidamente en su castillo.
Solicitaron audiencia a Fray Yeloquehay, y este tras escuchar sus súplicas, mandó llamar a los mayores bribones y gente de baja calaña que conocía para solucionar el problema, Los Repechinos.

Mezclados con los viajeros que cruzaban de Asturias a Galicia, pasaron desapercibidos los mercenarios y a última hora del día y protegidos por las sombras de la noche, llegaron a una humilde posada en el pueblo de Bulso.
Al día siguiente saldrían a recorrer los alrededores del castillo y a “pasar por el acero” a quien osara poner en duda la hegemonía de la noble pareja.

Clareaba el día y los buscavidas ya estaban sobre sus monturas dispuestos a hacer lo que mejor sabían, ganar dinero amedrentando a quien se pusiera por delante o incluso haciéndoles pasar a “mejor vida”. 
El santuario de Ntra. Señora de Cadeiras sirvió para comenzar su odisea con “algo de ayuda divina”.
Los pueblos parecían despoblados, las ventanas tapadas y atrancadas, ni un vasallo del conde a la vista.
La zona del mirador de la Pena do Castelo sirvió para ver la zona que tenían que someter. Ni rastro de los insurrectos.
Many, el gran rastreador del grupo, saltaba a cada momento de su montura ( de maneras dudosamente ortodoxas ) y buscaba huellas, o acercaba la nariz al suelo buscando algún olor que delatara el paso de alguna persona, y alguna vez, se “descabalgó lanzándose como un halcón” sobre las zarzas con más pinchos de la zona, pero nada, no encontraba rastro alguno.
La verdad es que menos mal que la empresa que tenían encomendada los Repechinos solo duró dos días, sino Many habría acabado con las pomadas y ungüentos que el brujo del grupo Playumerlín había traído.
Turonman, el mejor “reparador” de carromatos del grupo sufrió en sus carnes una avería irreparable, ya que una gran rama se metió entre las ruedas y le hizo volver a la posada a intentar arreglarla.
El Duque, no paraba de mirar en todas direcciones, no veía ni rastro de los rebeldes, y esto le ponía muy nervioso.
Willy, el bufón del grupo trataba de alegrar la ruta y tomaba nota de cada suceso para luego sacar sonrisas a los participantes al calor de licor-café o jugo de cebada fermentado.
Lynux, era el más “ilustrado” del grupo, pero de poco le servían sus conocimientos a la hora de subir los “falsos llanos” que tenían que recorrer.

La zona era muy quebrada, y casi salvaje en la mayoría de las zonas que nuestros amigos patrullaban, lo que hizo que “buscara algún atajo” para regresar a casa.
La verdad es que al bufón del grupo, también se le hicieron muy “cuesta arriba” las últimas patrullas en los pueblos cercanos, y la risa ya casi no aparecía en su semblante. 


Israel, era el encargado de salvar a los mercenarios si se caían por algún accidente al caudaloso río Sil, ya que ninguno de ellos sabía nadar. El agua no era algo que agradara a ninguno de los participantes en exceso.
Les gustaba más parar en las numerosas bodegas que había en su camino, donde degustaban los famosos caldos de la Riboira Sacra.


Piti era el “iluminado” del grupo, si alguien tenía “luces” o sabía cómo buscarlas, él era nuestro hombre. Se orientaba con menos luz que la que había en las minas donde Turonman cumplió su última condena a trabajos forzados.
La Pena do Castelo, y el pequeño santuario de San Amaro dominaban una basta zona de viñedos donde algunos lugareños se afanaban en recoger la cosecha de uvas que luego de prensarlas y fermentarlas, “descansarían” en las bodegas de Su Ilustrísima Yeloquehay y del Conde de Carterpillar.
Alguna pequeña refriega en algunos pueblos en los que los rebeldes se habían hecho fuertes y la ruta seguía.
Rápidos caminos por los bosques corrían paralelos a pequeños riachuelos que alimentaban el gran Sil.

Los bosques de Samil y la aldea de Santa Cruz y Santa Marta, fueron las zonas más duras de someter, la lucha fue encarnizada, pues los “independentistas” querían votar a toda costa para lograr su independencia.
El día iba tocando a su fin, y los guerrilleros, cansados y cargados de un gran botín regresaron a La Torre a pasar la noche.
Una buena comida en el Mesón del Xugo, sugerida por Fray yeloquehay hizo que el cansancio desapareciera, y a instancias de los Condes, los mercenarios regresaron a sus camastros para estar en plena forma en el nuevo día.
Volvió a amanecer. El trabajo estaba a medio hacer, y la bolsa del botín estaba solo medio llena.



No habían venido tan lejos para marchar sin sus alforjas llenas a rebosar de un buen botín.
Santiorxo y Boqueiriño fueron las primeras batallas importantes, pero nada a lo que los rufianes no estuvieran acostumbrados. Resultado, la población autóctona bajaba en número a cada paso de los mercenarios.

El Conde prefirió hoy no acompañar a los forajidos, y prefirió compartir un buen pinchoteo de jamón ibérico de bellota de Coalla Gourmet desde uno de los miradores desde los que se divisaba la mayor parte de sus posesiones.
Los guerreros llegaron hasta el embarcadero de Os Chancis persiguiendo a los pocos rebeldes que oponían resistencia, los cuales embarcaron en las barcazas y escaparon río arriba.



Una vez llegados a este punto, el trabajo estaba hecho. Ni rastro de insurrectos.
El Conde estaría contento, su “dura vida” podría seguir tranquilamente.
Fray Yeloquehay volvió a su retiro espiritual y los mercenarios regresaron a sus casas con las alforjas y los carromatos llenos de un gran botín, que seguramente fundirían en pocos días.
Como premio, Fray Yeloquehay les obsequió con una buena pulpada para recuperar energías y tras las bendiciones tras la sobremesa, emprendieron el camino de regreso a Asturias.

Y hasta aquí una nueva aventura por la Riboira Sacra.
El año que viene más, pero no mejor, porque será imposible.
Un saludo a todos       WILLY.

Rivoira sacrata 2016

El anticipo en forma de vídeo de la crónica de otro finde glorioso en la Rivoira Sacrata. Cortesía como siempre de YLQH. Cada año supera al anterior. Gracias.